marzo 25, 2010

Fuego

Con su barba canosa y sus pies rotos, se sentó a mi lado y solo una palabra bastó para llamar mi atención: fuego, como el que destruye edificios, convierte en cenizas los árboles y mata lentamente cuando va arrasando con la pequeña maleza dentro del blanco cañón, cañón que no dispara pero que no deja de bombardear... ese fuego me hizo conocerlo.

Él no cambiaría mi vida ni yo la de él, pero ahí estábamos los dos; él, contándome de sus penurias, de sus mil peripecias para seguir en pie, para huir de las sirenas que noche tras noche convertían sus sueños en pesadillas. Por otro lado, yo le escuchaba y contaba de mis cosas, él me envidiaba y yo a él, para mí en ese momento aquel hombre era feliz, mientras que yo me ahogaba en mi mar de zozobra, ese mar que no termina de ahogar hasta que se quiere salir de él, mi cabeza era una pintura abstracta de mal gusto, una caótica explosión de sentimientos.

Los años en la universidad no le bastaron para ser feliz, sus ojos escondían la nostalgia de un pasado mejor, y sus manos la realidad de un presente díficil y sin fin. El alcohol en su sangre le daba esa sonrisa tan falsa como mi deseo de levantarme de ahí, yo solo quería pensar y no pensar, naufragar en el barco de la incertidumbre y fumar y fumar, escuchar al viejo y volver a fumar, batallando sin parar contra mis ganas de pensar, resignándome a que mañana otro día será.

Cada palabra suya captaba mi atención, ya que más que palabras, sus gritos alegres parecían imposibles de provenir desde dentro de tan afligida figura, y ahí lo volví a envidiar. En ruso me habló y creo que algo entendí, de todos modos para mí todo era lo mismo en ese instante, todo me llevaba a mi estúpida desesperación. Además, según me contó tiene hijos e hijas, y tuvo una mujer que lo amó y que aún el continúa queriendo, aunque llegó a resignarse a que ya no había que hacer, a que mañana otro día será. Una cucaracha le interrumpió, yo indiferente ni le puse atención, pero para él ese pequeño animal significó más que una interrupción, lastimosamente en ese instante desapareció mi usual curiosidad y no le hice preguntas sobre su encuentro con tan aborrecido insecto.

De repente llegó el bus, mi mente seguía igual; sus ropas continuaban sucias y su sonrisa también, pero una moneda y un par de cigarros fueron suficientes para hacerlo más feliz, él a cambio me envió unos buenos deseos tan clichés como falsos, pero yo con gusto los recibí al tiempo que le pagaba al chofer.

Fue esa una noche fría y húmeda, donde el fuego presentó a dos individuos que solo querían a alguien para hablar...

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